martes, 18 de agosto de 2009

Despertar tarde


Si te sucede, no pierdas la paciencia. Les estarías dando la razón. Incluso si todo lo que tienes es un segundo, no te sientas derrotado. Parece una ironía, lo sé, parece que el designio de ver que por cada voluntad hubo dos piedras es una canallada. Lo sé. Pero no lo es. Acabo de despertar y el color negro que recuerdo de las últimas once horas está dando, poco a poco, paso al atardecer, y es tal cual la mañana, pero sin pretenciones.

Porque la memoria

es una almacen de repeticiones que odiamos porque sabemos de qué van y de qué vienen y todo ello nos circula pasivo por las venas, sangre negra, espesa, para el dios de nuestros días dulce, su infinito recuerdo nos contiene y se atraganta. Lo recuerda todo: el paso, el segundo y la caída.
Yo tengo hambre de aquello, porque soy cada vez diferente y para cada vez hay un dolor único, y ya va siendo bastante, es hora de ver cómo sufro y no sufrir más.

No recuerdo quién soy


a veces. Volteo el rostro y hay alguien de pie, calladito, haciéndome una señal. No logro distinguir si me saluda o se despide. Me acerco: se aleja. Podría ser mi reflejo, me digo, pero tal cosa no existe, me digo también. Y entre tanto y tanto, la vista nuevamente al frente, la figurilla ya es casi un punto en el horizonte, debo hacer un esfuerzo sobrehumano para imaginar su contorno y conjurar el misterio al que se ha visto reducido. Y la imaginación es una luz. Y la imaginación es una fuente por la que brota, ahora locuaz, quien me estaba siendo tan esquivo. Pienso nuevamente en mi reflejo, pero antes de que pueda confirmarlo, me saluda y empezamos a charlar. Así. De cualquier cosa. Alguna vez o quizá todos los días y lo he olvidado.

Hoy amanece el llanto

Máscara del piel
los soles te amenazan con la sal de un mito al fuego.
Ciudades por venir se abren y gritan bocinazos
alegres del reloj y sus miserias y su siempre mismo sentido de reloj
empujándonos
como soldados de juguete que matan y marchan por las órdenes de sus piernas y
quién sabe qué más en los resortes o
por el amor que espera para alinear la sangre
cuando el sol se oculta a solas con los sueños
cuando ya no queda nada que llorar.

domingo, 9 de agosto de 2009

Ideal sin luz


Mi mujer ideal guarda un secreto, algo que todos los demás podrían ver si quisieran, pero que para mí estará siempre vedado. Lógicamente, no sé lo que es y, lo que resulta una prueba decisiva de mi amor, no necesito saberlo. Algunas veces me deja ver un pedazo, la promesa de una mujer completamente nueva, pero el miedo que me invade en esos instantes es suficiente para que vuelva a encogerme y lo deteste tanto como lo desee. Me acerco, la rodeo con los brazos y casi puedo sentir los dos cuerpos, el falso que me da calor y el pequeño y profundo que me provoca caminar derecho hacia la muerte. Huir de mí mismo para averiguarlo. Hacer de la ignorancia, de sus pasos siempre adelante, un camino seguro. Perseguir aunque nada sepa, con la pretención de seguir ignorando todo menos lo único importante: que es ella, mi mujer ideal, la que me lleva dormido.