martes, 19 de julio de 2011

Exteriores

Un poema de mala calidad, como las joyas baratas, no tiene una razón de ser fuera de una ilusión ociosa. En cambio, las novelas son más parecidas a las casas. Pueden ser feas, pero siempre permiten vivir, de alguna manera, en su interior.

Ejercicio de la mano de CRG

Correr el telón de lo real y agazaparse en un lugar pequeño, ángulo apenas detrás de los escenarios donde la muerte ocurre.
Se repitió su nombre una y otra vez tratando de hacerse una idea de sí. En su lugar, la madera de un bastón infidente, el aroma de flores frescas que salía de algún cuarto. Inspeccionó la luz que se colaba por un ventanuco ciego: su zapato horadando la mancha de luz, saliendo de ella. Era ese el único vestigio del camino. Detrás iba quedando la tarde de la que se había escabullido para buscar aquel lugar libre de las ilusiones del tiempo y a solas con una mujer. Como el apóstol del asco, iría hasta ella para tocarla y comprobar que la carne era carne y las heridas una puerta.
¿Estarían sus mentiras a la altura del delirio?
Los escenarios se multiplicaban conforme subía la escalera y era la luz la que ahora lengüeteaba otra cosa en el pasado. Las palabras brotaban, desfallecían.
¿Cómo estabas, pequeña?
Si estuviera bien, si alguno de las dos estuviera bien. Un cuarto de hotel solo para hacerse un sitio en la penumbra. Haciéndose ausente al mismo tiempo que permanecía. Estableciendo la distancia. Determinando que se encontraban ahí, dentro del verbo estar.
Volvió a repetir el nombre propio. Aquí estoy. Titubeante. Imposible como la puerta que estaba abriendo. Derrotado, entregada a su apertura. ¿Qué importaba a fin de cuentas que no existiera, que nada existiera? ¿Cuántas fracturas de esas se necesitaban para renunciar al futuro?