viernes, 22 de junio de 2007

Réquiem por Mr. R


Como en el fin de una mirada en cada estúpido parpadeo, el mundo resiente la partida de una criatura significativa: Mr. R ha dejado de existir. No caeré en la tentación: está muerto, aunque para mí nunca estuvo vivo más allá del contraste minúsculo y arácnido entre el blanco y el negro. Mr. ha dejado de existir. Pudo ser un camión, un cohete o fuego. Fue su cuerpo, naturalmente. Murió en ese sentido lamentable que está ahí fuera y tan dentro de la filosofía hoy. Pudo ser ayer (de hecho, fue hace ya varios días): ha dejado de existir. Salió de combate, porque quizá es ahí donde, sin conocerlo, lo extrañaré siempre: en aquella situación ficticia en la que su cuerpo resistía la historia a la que se opuso para reescribirla. Su cuerpo, entonces, no era un accidente más: era la naturaleza que reinaba como un punto en medio de todo lo que no es un punto. M con la trascendencia. Se murió su cuerpo. Se murió: ha dejado de existir. Su retórica resistirá tanto como pueda. Ha dejado de existir.


Veamos. Con dos formas predilectas de pensar, quiso que fueran solo una: la transparencia de la palabra por la palabra misma (ella siempre escapa, está a mi lado y también debajo de mis dedos, en este réquiem). La aparición de la verdad como su negación radical y, por tanto, como su sustento original. Mr. R veía, antes que cosas, lugares, y, lo que es mejor, siempre sabía estar en ellos. Un lugar como una maceta. Un lugar como una nube. No importaba. En un lugar, al fin y al cabo, solo se está.


El lugar era otro desde que él sembraba su desconfianza, por supuesto. Donde antes había (nuevamente por puro ejemplo y puro disparate) barro, lombrices y una pequeña planta solar, Mr. R. se sentaba complacido a conversar, sin la menor intención de fundar nada que no fuese su propia charla. ¡Cuántas veces estuvimos juntos viendo crecer palabras donde antes cabía menos que una venia al pasado. Ni las lombrices (y ahora estoy siendo menos arbitrario) eran necesarias cuando Mr. R. quería ver y pensar, caminar sin miedo hacia lo que estaba más allá. Cuánto, si no, fundó en eriales que ya habíamos dado por terrenos fértiles para edificios de oficinas postales.


Mr. R., sé que estás muerto y no me escuchas (sé, sin pesar, que vivo la historia sería la misma). Mr. R., sé que hay homenajes innecesarios. Este lo es. Paso estas palabras con la misma delicadeza con la que todavía miro las tuyas, sabiendo la sideral consideración que coloco antes de pensarte.


Junto palabras como hubieras justificado, las revuelvo en tu nombre. La generosidad de tu propuesta, si bien no me lo agradece, me da un lugar enorme (entre lombrices) para descansar sobre ellas.

jueves, 21 de junio de 2007

Tres actos sin palabras

I
Siempre que te busque

anidaré de más en las esquinas de mi habitación
muerto
colgaré sin vergüenza entre esa urdimbre que son tus extravíos
mostrando descaro de insecto y voluntad de cuadro
y ahí muerto
muerto demasiado
mientras te vistes de nuevo y finges no verme y él finge también
podré tomarte la palabra
con sus sobras
enterrar todo lo que en principio no signifiqué
todo lo que disipé pensando en que este lugar
(-sobre el final-)
siempre estuvo perdido.


II

Mismidad

La pregunta que aqueja los sentidos es
algo más que una sospecha
es la deuda de un postor con el azar y la lógica
de números escasas veces bienvenidos.

La pregunta que aqueja los sentidos es
algo más que nuestro espinazo
es uno hecho palabra
cuando la palabra calla.


III

Ella

vuelve derrotada
con el sigilo de un vuelo
vuelve
me mira
no soy

miércoles, 20 de junio de 2007

Distancias


Ese día, mientras dormías, me di la licencia de medir tu sonrisa: son exactamente siete centímetros. Siete. La mitad del infinito.

Lo supe desde entonces, pero solo ahora que la recuerdo suspendida fuera de tu rostro entiendo por qué nunca aparece completa en una fotografía y por qué llevo la mitad de mi vida perdido en ella.

Otro lado


He reemplazado la pregunta

¿por qué no aparezco en las fotos que dejaste en mi habitación?

por su revés

¿por qué ahora me veo sosteniéndolo todo, frente a ti y las demás cosas de más, por qué me veo verte y verme viéndote mientras pienso que no apareceré en las fotos que dejarás en mi habitación, mientras sigo fuera?

martes, 19 de junio de 2007

Juntar palabras


De una manera u otra están aquí. Unas, otras.

Algo faltaba antes, cuando las cosas estaban en su sitio. Podía ver que todo pasaba muy despacio por fuera, que nadie acudía realmente y que las soledades no pueden recibir exponentes. De regreso, estrechar sonidos permanentes no podía menos que postergarse: quedaba fuera siempre una mentira:
...eran las palabras o las mentiras, nunca ambas. Y era verdad que eran mentiras...

Sentir su inevitabilidad, desde luego, no era resultado y mucho menos indicio de nada que no fuera la mínima presencia, siempre tan discutible como innecesariamente trascendente, del paso del tiempo, de mi vitalidad en cualquiera de sus regresos (aún me debo, y ahora que lo considero en frío quizá más que de costumbre, una arqueología de esos deshechos). Con la objetividad que no me caracteriza, sostengo alguna de las miserias de la madurez para justificar el miedo sin más. Podría también transformar lo menos posible (con tal de dejar fuera del cuadro aquel perfil de frente) las condiciones de posibilidad de las caídas y tentar simulacros en los que ambos nos encontramos sin querer y nunca nos vamos. Podría.

Lo escribo, entonces; nuevamente junto las palabras -y podría. Sin querer-.
Y nunca nos vamos. Las palabras o las mentiras. Unas, otras.

lunes, 18 de junio de 2007

Evolución de las necesidades



En primer lugar, fue el cuerpo (constátese esta afirmación en dibujos rupestres o en documentales de animales en extinción). Entonces, aquí, primero, fueron los estados: estar al lado de alguien, encima o debajo; luego, nuevamente aquí, los procesos: niños originales, adultos hechos de glándulas, ancianos arrugados por dentro.

En segundo lugar, fue el alma (constátese esta afirmación observando con ingenuidad controlada y cierta circunspección los primeros versículos de su libro de cabecera favorito sea cual fuere la religión que profese, e incluya sin temor ateísmos recalcitrantes o gnosticismos superados). Aquí ya no hay primeros o segundos, sino simplemente negaciones de orden, paraísos artificiales: niños envejecidos, adultos adultos, ancianos demasiado sabios para ser ciertos: el espiral en el que hemos caído también demasiado. Si todavía se pretende una cartografía de esta etapa del desarrollo de nuestro soma, puede intentarse traducir un catecismo al lenguaje más pornográfico del que se sea capaz. Lo más probable es que la tarea sea intolerable desde el primer párrafo; Dios quiera que así sea.

En tercer lugar, nosotros (constátese esta afirmación con un encarte publicitario). Problema: la imposibilidad del aquí.

lunes, 11 de junio de 2007

La vista fuera

i
vistazo echado

en la penumbra del final de tu imagen
en los márgenes de una palabra trastocada
sin mí debajo
de tanto espesor fatigado
espero las señales lejos de algún tiempo
el camino vuelto a sí mismo
marcando tu contemplación.

ii
Promesas

La negación de la voz
supone aliento
un cuerpo de pie resignando segundos en su vientre
malversando las posibilidades que cada tanto le otorga
en plural
un coro de ojos y necesidades, un paso
lejos de toda orilla.

iii
tras los lugares anteriores

aún permanece mi esfuerzo
lóbrego suceso tentando miembros a una justa perpetua.

Aún eres cada estadía perdida en su equilibrio…

los ecos son el otro lado. La busca…

Y si el lamento aparece alto,
si estoy de regreso, menos aquí, es para pulir las mentiras alargadas
como los jirones de mi sombra
por la eternidad y
otra eternidad además, menos consecuente
que descolla ausentes los horizontes
uno frente al otro
y para cada uno.

iv
mañana y ayer

advertiremos juntos el final
y nos sentaremos a verlo empezar
cuidadoso, esquivando las certezas que buscan un nuevo comienzo.