viernes, 9 de noviembre de 2007

Retorno


Primero fue en sueño, sin querer precipitadamente. Lo que mi vigilia no logró esconder lo colocó mi pesadilla con detalles sin lujos, parca hasta lastimar. Otros colores, otros destinos, pero la misma fatalidad en las visceras, el mismo miedo infantil, porque en la jurisdicción del sueño no se imponen las ficciones de la madurez, eso quedó claro, yo. La calle ubicaba sus límites para indicar el fin de un nuevo principio, hasta aquí, hasta allá, nadie más entra, nadie más ha salido, me quedaba esperando con las ilusiones de un amanecer que no le deba nada a ese recuerdo. Una puerta y una casa. Personajes reales...

Un hilillo de las babas de los lamentos que me devolvieron la conciencia quedó desparramado entonces sobre cada almohada posterior. Figuras. Al desecharlas me precipitaba.

Mis pasos siempre fueron anchos, los buenos, los malos y los al revés, pero cabían en aquel derrotero transparente, le daban la forma humana de los inicios. Los ordené. Sin fruto, los dejé estarse al sol abstracto hasta que me vi cercado y entendí las trampas que la realidad supo calcarle al desvarío, al pensamiento fermentado en las aguas negras de la locura, y que ahora solo queda recuperar en otro sentido.

Volví en mis pasos teledirigidos por el dios que montó aquel escenario, que dijo que nadie más ni nada otro y mucho menos. Estuve en el mismo sitio, era el olor de sus sombras lo que hedía y no me dejaba de convencer de que un sueño sí se repite siempre que se esté atento al despertar.

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