En toda ficción llega un punto en que todo lo que se ha dicho se vuelve insoportable; debe, por tanto, cambiar inexorablemente de dirección. Predidos entre insuficiencias o hartos de excesos, personajes y lectores capitulan con el sentido y le dan la oportunidad de que surja nuevo entre los escombros de la historia que había comenzado cautivando la atención con un guiño, tal vez con un perfil, pero que en el proceso en el que bajo supuestos debía quedar completa fue desgranando sus partes, invirtiendo sus beneficios, sus enmiendas hasta hacer de ellas el fondo sobre el que, desde el centro, centrífugo sí, todo se hará nada. Un castillo de nada. Un monumental homenaje a la fuga. Las presencias que, ida la ausencia, no son ni ellas mismas. Ni sombras ni su presentimiento. Rudimentos de una pregunta.
Rara vez algo sólido, pero se quiebra. Nos usa para separarse. La conciencia coincide y se separa también. Da la impresión. Es la impresión misma.
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