El ideal de la amistad es volvernos a todos animales los unos a los otros, relacionarnos de esa manera que pone en suspenso la decisión de sentir para solo sentir. Eso, lamentablemente, es imposible en una ciudad como la nuestra: hemos heredado el aprendizaje de la distancia precisamente para juzgar. No nos cansamos de pedir, entre bocinazos, condominios y preguntas retóricas, unos metros para respirar mejor, abrazar vía correo electrónico y decirnos hola y sobre todo adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario