Me lo ha dicho. Las horas transformadas en billetes le parecen oasis de una geografía burocrática. Si el sonido de las monedas al caer en el fondo del cajón reemplazan al binomio tic-tac del reloj, y la antigua dicotomía entre el ser y el no ser agoniza cuando merman los ahorros de la conciencia, aunque la promesa sea una salud blanca que atenaza y resblandece compadeciendo las carencias del cuerpo, y no podamos más que renunciar cuando el final es el final del código ese, infinito y perverso que marca el perfil del héroe y lo reduce a miniserie, ni más que mirar anodadados el constante flujo de las vitaminas del capital, hay que bienvenir al etcétera, cancelar la cuenta del especialista que aguarda, con los espejuelos ajustados al cálculo, con una patada desde lo profundo de nuestro principio de inhumanidad.
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