La nostalgia olvida los detalles para concentrarse en el corazón de las cosas y destrozarlo. Como el niño que abre los insectos y se pierde en el instante, en el calor de las minusculas entrañas hechas Uno, el amante perdido en su historia regresa a los rostros de felicidad, se degrada ante ellos, los exprime y bebe jugos de muerte y desolación, malinterpreta todo sentimiento -con alevosía completa- que por naturaleza es esquivo, lo envuelve con miradas codescendientes para con el resto, menos para consigo, y sufre en el gozo de un pasado mejor, y goza en el sufrimiento de ese mismo pasado.
No podemos quejarnos de la inercia de la nostalgia. Invocamos al pasado a un futuro tan remoto... Nos aseguramos de que sea un futuro casi inalcanzable -paraíso personal, las nubes, dios saludando- para que la caída del recuerdo no le deje una sola parte entera al vivir.
El pasado sí caerá irremediablemente hacia ese horizonte infinito por principio, pero caduco como la mirada que lo ve llegar, que se estrella: piensa detrás de los ojos que es quien cae.
Juntos, el que llora y el suelo húmedo de lágrimas se encuentran, casi en el centro de sus vidas (el que llora es obviamente más joven que su vida).
Obviamente... El recuerdo sigue de largo...
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