a veces. Volteo el rostro y hay alguien de pie, calladito, haciéndome una señal. No logro distinguir si me saluda o se despide. Me acerco: se aleja. Podría ser mi reflejo, me digo, pero tal cosa no existe, me digo también. Y entre tanto y tanto, la vista nuevamente al frente, la figurilla ya es casi un punto en el horizonte, debo hacer un esfuerzo sobrehumano para imaginar su contorno y conjurar el misterio al que se ha visto reducido. Y la imaginación es una luz. Y la imaginación es una fuente por la que brota, ahora locuaz, quien me estaba siendo tan esquivo. Pienso nuevamente en mi reflejo, pero antes de que pueda confirmarlo, me saluda y empezamos a charlar. Así. De cualquier cosa. Alguna vez o quizá todos los días y lo he olvidado.
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