miércoles, 21 de marzo de 2007

Desencanto


Todos postergan el paraíso, pero hay grupos que celebran pasar la vida entera con el cuello partido hacia arriba. Son los primeros en señalar los estragos del desencanto, y la primera víctima no es otra que el placer: ahora el amor es solo sexo y el sexo una píldora anticonceptiva (extrañamente, no denuncian el lamentable ocaso del trabajo, que ahora es solo dinero, que ahora es solo un puntapié en el trasero de alguien y con suerte uno es el que da la patada).

Entre el bosque de falsos resplandores y retaguardias anestesiadas, la individualidad: el desencanto no garantiza ninguna mayúscula ni la cálida lumbre de una verdad frente a la chimenea, no augura eternidades ni una existencia intensa, pero sí posibilita un final de año en el que podemos detenernos y decir, lejos de las catorce cabezas de la hipocrecía: ese de ahí soy yo y con suerte podré llegar a conocerlo.
Que quede claro si todavía es un dilema: no es un desencantado quien cree que las cosas han perdido un toque mágico, sino quien cree que jamás lo tuvieron. ¿Qué es el amor con minúsculas, por ejemplo? El amor es lo que te hace cambiarle el nombre al placer. No es que no exista, no es que sea peor que antes: simplemente su valor es nominal, sin ofender. Si brilla o no dependerá de la habilidad del etiquetador. Jamás se ha visto a un desencantado enfrascado en una riña por lo que las palabras contienen. Eso es más o menos obvio, dado que el desencanto sí es, en contra de lo que muchos creen, una ideología. El desencanto es una ideología nómade y casi autista.

Se comparte, eso sí, el repudio por ciertos desplantes facilistas; sin embargo, hasta los colores más chillones que han sabido compartir todas las generaciones son respetables si es que la finalidad es permutar los imperativos categóricos por una mano o un cabello perdido en una almohada. La música tiende a ser, con el tiempo, más o menos la misma.

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