domingo, 16 de septiembre de 2007

Historiar

Hace ya varios días que no cuento una historia. ¿Una semana, un mes...? No sé exactamente cuándo ocurrió mi última narración. Diez días atrás, quise contar una visita al hospital: un par de rostros me sugirieron a los protagonistas, y un gesto esquivo e imcompleto el conflicto con el cual entramarlos. No pasó nada. Me identifiqué demasiado con su desdicha, quizá, o simplemente eran solo rostros para mí sin nada detrás, sin esa voluntad necesaria para hacerlos andar entre sombras. Apunte una frase enteramente cierta. Luego me sentí un poco frustrado, aunque la certeza de la situación fue bálsamo suficiente.

Dos días después de la visita al hospital, un par de amigos me contaron una historia sobre una pareja. Tenía todos los ingredientes para ser una narración atractiva (no faltama el amor ni la muerte), y también el potencial para crecer en varios otros sentidos (incluyendo la situación misma en la que la historia me estaba siendo comunicada). Me hizo pensar en que todos sentimos (siempre que todos seamos nosotros y sentir una forma muy exclusiva de decir nosotros) más o menos lo mismo, y que el talento del narrador descansa sobre todo en las modulaciones sobre las cuales todavía me reconozco incapaz.


Pensé sobre aquello un buen rato y hasta ahora. No puedo decir que me haya desecho aún del aura de tal confirmación. Lo más seguro es que procese con poco acierto todo lo que en ella hay. Espero que hoy, sin embargo, me sirva para contar algo. Como ayer, parece que sigo sin poder contar nada.

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