miércoles, 26 de marzo de 2008

Perfiles


Parece un ejercicio sencillo imaginar una cosa. Amar desmiente aquella ilusión. Ese acto se distingue, justo, por la distorsión, se alimenta de la distancia sobre lo que antes la mente ha querido organizar entre copias y originales, fetichizar como origen. El que se enamora revuelve. Ante él, bajo el influjo de cualquier poesía, las cosas serán solo un perfil indefinible, el límite exacto entre el horror y lo sublime. Hace de equilibrista ahí. El amor suspende los quilos y las debilidades, púberes o decrépitas, incita a la acrobacia riesgosa, salta el enamorado en un pie tantas veces como el espanto por la caída se lo permita.


Y si cae o asciende, si el objeto de su comtemplación era una rama negra o maná, el resultado es el mismo. En ambos casos el amor ya no es el responsable. Solo la locura.

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