viernes, 7 de mayo de 2010

Contra Vallejo, con admiración y a imitación del respeto ausente en sus versos

Cantarle al dolor humano es vulgar, una falta de respeto por todo lo único que tienen las miserias de cada día, un robo de lo que en el dolor me hace yo.
Las heridas son para chuparse un dedo: mi dedo, mi dedo en el recuerdo de la infancia, un dedo pequeño que a ver quién reconstruye mejor que mi imaginación, si las fotos no han sido tomadas y las pocas las ha dejado mi madre perdidas entre sus propias tristezas.
El milagro de un lugar como este es precisamente la voz en todas partes, pero que al menos por el momento solo está mía y de mi parte. El símbolo hecho nombre propio con abuso de minúsculas (porque toda palabra llevó alguna vez, y no lo crees y así son los milagros, una mayúscula inicial). El mensaje para mí a expensas de este lenguaje sucio de caminos otros.
En mi dolor, desde mis heridas y un abandono que de universal nada tiene, un abandono de patio de losetas que solo yo recuerdo y olores que son solo míos (¡ah, destino cabrón, nos hiciste tan sensibles para quitarnos todas las veces el objeto!), mis dos madres dándole la espalda a un niño que nada comprendía, pero sobre todo al hombre que está condenado toda la vida a ser niño para entender que así no podrá entender nada nunca, en mi dolor, sí, me chupo ese pequeño y real dedo y a ver quién adivina mejor que mi imaginación cómo sigo hablando con la boca tan ocupada.

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