jueves, 31 de marzo de 2011

Light

Estamos demasiado inmersos en los productos y subproductos del lenguaje y la cultura. Basta que saquemos la cabeza un rato para darnos cuenta de que las gentes que admiramos son, digamos, excelentes ajedrecistas, que dominan las reglas de juego como nadie y que siempre podrán ganar o, por lo menos, hacer tablas si la vida se pone difícil. Pero también basta que saquemos la cabeza un rato para que descubramos que tranquilamente podríamos no querer jugar ajedrez.


Casi toda la literatura que me interesa representa la soledad o la desesperación o la luz derivadas de esa constatación.

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