lunes, 25 de junio de 2007

El lugar de la pijama (parte 3)


El viejo era como un padre para mí, no tanto por una virtud suya como porque no tuve padre. Mi padre murió hace un año y vi por primera vez su foto en el recorte del periódico en el que se hablaba sobre su muerte, apenas un rectángulo grisáceo con sus nombres debajo (el verdadero y el falso) y la mirada que tanto me persiguió en sueños. Nos abandonó a mi madre y a mí cuando tenía cinco, y mi madre, la mujer más inteligente que podré conocer, supo mantenerme lejos de cualquier escena desafortunada sobre la orfandad. Cuando un nombre es todo lo que tienes de alguien, no alcanza el espacio para comprometer la autocomplacencia. Si además lo primero que se aprende es a pensar los afectos en tercera persona, no extraña que el desequilibrio esencial en la organización de mi familia no haya pasado de ser una cuestión numérica, ningún problema que la violencia más sencilla no pudiera aplacar.

Sin embargo, a pesar de toda la retórica (de hecho, la retórica me cuesta muy poco: escribir o no nunca ha sido mi problema, sino saberme en lo que escribo... Así que puedo decirlo sin rubores), el viejo era ese padre sin rostro. A cualquiera de sus esbirros, por lo demás, le consta que siempre fui grato, que detrás de mi bajeza no hubo ni rencores ni fastidios acumulados, ningún fermento para un plan enorme y certero, nada de envidias. Está muerto y yo lo sobreviví. ¿Qué más queda? Decirle adiós y darle la bienvenida a las explicaciones. Y si no tengo, habré de inventarlas.

Por mí y por la arpía. Ayer Vania estuvo cargada de demasiadas indirectas. Es una zorra, sin duda. Resulta que ahora vivo de ella.

-Vivo de mi trabajo-le dije mirándola de frente aunque me esquivó la mirada hasta el final.

Vives de tu trabajo, replicó, lo más corriente de lo que fue capaz. Entonces me abrí el saco y le mostré la pistola, cubierta por un cuero fino que sin embargo me hace apestar las camisas. Lo tomó como una amenaza y fue corriendo a encerrarse en el baño, desde donde no paró de gritarme que me largara, que soy un asesino, y todas las frases que debe de haber sacado de las películas que ve día y noche, y que tuvo que ver para planificar todo... Obviamente, me puse nervioso, la casa sigue plagada de oídos alertas y ansiosos por la mínima debacle que les deje algunos despojos, saben que hay de más y lo habrá mientras estemos a cargo de todo.

-Vania... Cierra la maldita boca-le dije-. Cierra la maldita boca. De dónde sacas que te quiero matar, idiota, estuvimos juntos en esto, ¿no?

-Sí... Pero tú... tú me has apuntado con el arma...

El arma, en todo caso, apuntaba mi pie.

-De qué hablas... Estás nerviosa... Lo he notado en los últimos días -mentí-. Oye, voy a guardar el arma en el velador, me entiendes...

-¿Cómo voy a saberlo, si estoy aquí dentro?

-Hay un agujero en la puerta.

Silencio.

-...Puedes mirar... Además, piénsalo, piénsalo bien... Cómo voy a matarte con esta pistola... Si quisiera hacerlo, esta es la peor de las maneras...

-Entonces para qué me la mostraste, maldito asesino!

-Cállate, cállate! Es mi herramienta de trabajo, no lo olvides... Tú dijiste que yo no trabajaba...

Silencio otra vez. Luego, una risilla cortó el aire.

-Desde aquí te ves asustado. Eres un mastodonte por gusto.

Me quedé callado.

-¿Cuándo has hecho este agujero, pervertido?

Esa era Vania. Por ella volvería a matar cien veces a mi padre y al de cualquiera.

-Yo no lo hice. Solo lo descubrí.

-¿Cuántas veces lo usaste?

... los interrogatorios de Vania...

-Agunas veces.

-Cuántas.

-No sé, qué preguntas...

-¿Alguna vez me viste cuando estaba con él?

Silencio culposo. Me cuesta disimular mi verguenza frente a las mujeres y ella estaba mirando directamente a mi rostro, puedo jurarlo. Parecía un castigado. En cierto sentido lo era.

-Sí.

Idiota por completo, a sus ojos y a los míos.

-¿Qué nos viste hacer?

Lo pensé.

-Él te... Él te bañaba.

Una carcajada artificialmente prolongada.

-¿Te excitaste?

-Claro que me excité... Eras una diosa allá dentro, aunque el viejo desnudo malograba mucho la escena-tratando de recobrar el control a sabiendas de lo imposible que era. Me considero valiente al menos por intentarlo.

-¿Te masturbaste?

Jaque...

-No, digo... Sí, un poco.

-¿Te corriste?

Mate. Le dije la verdad. Me hizo confesar muchas cosas más, cada una más penosa que la otra. Luego salió del baño dispuesta a reclamar lo que había forjado con tanta sabiduría desde el baño.

Lo hicimos, sí, como animales. Cuando el erotismo le da paso a la pornografía el cuerpo ya sin conciencia llega a sus límites y además.
En eso estuvimos, jugando a romperlos todos toda la bendita noche

No hay comentarios: