domingo, 22 de julio de 2007

Dos mil canciones (cartografía hoy por hoy)


Si digo que algunas son recomendaciones no digo nada: todo es de una u otra forma una recomendación (incluso las emanaciones emitidas por la vocecilla que mejor nos imita, esa, la de la cabeza), y más en este terreno, en el que lo anterior jamás se confunde con lo primigenio, dada la enorme presencia de los contemporáneos de cada hito, que a más trascendental más presente en ellos hacia delante. Sería más pertinente indicar, en todo caso y mejor que la fuente (radio, cine o televisión, de carne y/o hueso), su destino: todas son el "soundtrack" de mis peripecias inconexas (de hecho, la música de fondo asegura que, pese a eso, no piedar la conciencia de mí mismo), dádiva fácil (demasiado) a la que no me puedo sustraer y de la que me importa poco su enorme vulgaridad y repetición (sí, tú también crees vivir una película y, digo más, una película favorita).


La mitad, superpuesta a la condición anterior, casi, resulta de la curiosidad que, en este contexto, depende exclusivamente de una imagen en la que sostengo un lapicero concentradísimo en cada letras que es parte de mi verdad.


La mitad de la otra mitad perece en una hoguera cuyo humo satura insanamente mis pulmones y que muy poco tiene que ver con las censuras o las manifestaciones políticas. Repito: aquí la curiosidad está encerrada y, por tanto, mi compromiso solo puede ser alguna variante del masoquismo. Ella, no debía decirlo, pero lo digo, es la mano ejecutora.


El último pedazo, la segunda mitad de la mitad, en nivel diferente según ontologías en desuso, es mi máquina del tiempo y la forma más abstracta de las revistas con las que me autocomplacía en la adolescencia. Es increíble, y ahora lo noto, cuanto de mí y de mis imágenes de víctima y victimario se fueron cuando las rematé a un librero.


¿Dónde estarán? También eran como dos mil.

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