viernes, 13 de julio de 2007

Mito de Plumas y su corcel de plata (versión ene)


...la leyenda original se perdió antes de acaecidas las más altas acciones del joven Plumas, mientras las palabras tardaban en formarse entre los retardos del pensamiento casi curioso, totalmente seguro, los testigos menguaban por la falta de afecto -producto de la falta de efecto-, las lunas empañadas y la Luna empeñada de esperas en las que no cabía nada más y nada menos que Plumas, su perfil recortando la ciudad de su color, su boca entreabierta por admiración, susto y ese bostezo traidor de ilusiones.


Ahí, él era Plumas, pero Plumas no era él. Era otra cosa más sombría, algo que se iba antes y después, pero nunca en el momento en el que su ímpetu calzaba con sus mejores ideas, unas en las que el color brotaba gratis por las azoteas.


También música.


No había voz. Sobraba, en todo caso, algo que decir. Las palabras llegarían luego. Plumas seguía esperando no la redención de un trato benévolo de la memoria, sino un orden confirmado por las nubes: dibujaban pies, dibujaban alas, cierta vez su rostro en la misma posición en que miraba, o al menos eso pensó cuando vio la aglomeración de esponjas en tensión por no dejar de ser lo que eran.


En otro lado de la otra mitad de la ciudad, su corcel de plata aguardaba caprichosamente el asfalto. Se diría que estaba viejo, pero era pura espera el fermento de su letargo.


(Plumas veía las nubes. No quería volar.)


A veces su corcel de plata amenazaba a todo cuanto veía con una postración definitiva. A veces pensaba que era mejor dejar los ronquidos que animaban el silencio de sus noches para ser lo que toda máquina desea en última instancia: ser nuevamente mineral callado, siquiera piedra. Pero en ningún momento eso pasó la frontera del deseo ominoso, ese suplemento sano de la vida activa.


Prefería perder todo ruido en la carrera, asumir estados sin esas penas y sin esas glorias.


Pero la ciudad nunca nos deja en paz: su mayor virtud (cruel virtud) es juntarnos una y otra vez. La tarde en la que Plumas sintió la presencia de su corcel de plata anticipada por una culpa antigua, una vocación de atraso por el atraso mismo, corroboró los colores, la música y sus inconmensurables ganas de no volar.


Dejó atrás las nubes y ascendió con su corcel del plata hacia ningún lugar.


(recopilado y vuelto a armar por La Joven de la Perla)

1 comentario:

Martinta dijo...

Dígale a la joven de la perla que trabaje más y nos mande más información.