sábado, 22 de septiembre de 2007

Identidad desconocida


Se trata de un caso repetido, pero interesante.

Un escritor fracasa redactando una primera novela, que hecha agua por todas partes: espacios poco significativos, giros argumentales gratuitos y carentes de expectativa, una filosofía mal enhebrada en parrafadas de monólogos sin el menor cuidado léxico... Sin embargo, un personaje, entre los tantos que se confunden o son la pálida versión de sus posibilidades, parece satisfacerlo, lo conmueve, no sin cierta justicia.

Pasan los años y, dada su patente falta de talento, decide abandonarse y ser él, el personaje que sobrevivió a la debacle, su único acierto como escritor y en general. Se comporta como él, adopta sus preferencias, ajusta sus modales a las parcas descripciones que de ellos se registraban en la novela: un poco de grácil misantropía, otro tanto de anarquismo sin compromisos, una aguda percepción de las circunstancias que lo redimen y que, precisamente por eso, evita.

De hecho, escribe, encuentra que esta vez la presión es menor, el personaje era un escritor fabuloso, un tipo tal que la escritura le emanaba como el sudor al resto de los mortales; hace de su vida una verdadera autocomplacencia.

Al final de sus días, cuando los otros personajes lo han desbordado y ha juntado tanto papel escrito como para hacerse un nombre en el medio -en el principio, en el final-, decide quemar todo, convencido de que esa era la manera más justa de terminar con un personaje, con un mal personaje.

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