viernes, 29 de junio de 2007

Las cosas menores

0

hechas por tu imagen
la cosas menores
(-respirar, ejercer la memoria...-)
son arte y humillación.


i

Cada espejo,
cada arista que todavía resiento en mi cuerpo.

Cuando no,
los días trazan una salida
aunque no exista camino y cada uno olvide prolongado
completamente
oxígeno

(-y cuando no,
descarto contrahecho toda voz
en sus centímetros finales
la vuelta de tuerca de la palabra otra-.)

ii

Esta palma
no se estira hacia nada que no sea resplandor de ti
no consigue no
ni oportunidades fuera del rezo
gemela contra gemela,
cruzando sinos sin lugar para quiromancias.

Además, por si no fuera,
esta palma malentiende la velocidad

al llegar,
al llegar,
al llegar.

iii

Luna tierna o rostro de humo,
especula tu otra mitad si estás aquí sobre!

Ella espera una noche completa
y yo, además, por si no fuera,
la excepción a algún milagro.

Traducción (1)


Forma retorcida: "Fraguaste tu beldad en la lontananza."
Forma enderezada: "Me dejaste."

Metamorfosis materialista-dialéctica


Como tantos hombres, Gregorio Samsa despertó en medio de su vida. Como todos, hecho un insecto.

lunes, 25 de junio de 2007

El lugar de la pijama (parte 3)


El viejo era como un padre para mí, no tanto por una virtud suya como porque no tuve padre. Mi padre murió hace un año y vi por primera vez su foto en el recorte del periódico en el que se hablaba sobre su muerte, apenas un rectángulo grisáceo con sus nombres debajo (el verdadero y el falso) y la mirada que tanto me persiguió en sueños. Nos abandonó a mi madre y a mí cuando tenía cinco, y mi madre, la mujer más inteligente que podré conocer, supo mantenerme lejos de cualquier escena desafortunada sobre la orfandad. Cuando un nombre es todo lo que tienes de alguien, no alcanza el espacio para comprometer la autocomplacencia. Si además lo primero que se aprende es a pensar los afectos en tercera persona, no extraña que el desequilibrio esencial en la organización de mi familia no haya pasado de ser una cuestión numérica, ningún problema que la violencia más sencilla no pudiera aplacar.

Sin embargo, a pesar de toda la retórica (de hecho, la retórica me cuesta muy poco: escribir o no nunca ha sido mi problema, sino saberme en lo que escribo... Así que puedo decirlo sin rubores), el viejo era ese padre sin rostro. A cualquiera de sus esbirros, por lo demás, le consta que siempre fui grato, que detrás de mi bajeza no hubo ni rencores ni fastidios acumulados, ningún fermento para un plan enorme y certero, nada de envidias. Está muerto y yo lo sobreviví. ¿Qué más queda? Decirle adiós y darle la bienvenida a las explicaciones. Y si no tengo, habré de inventarlas.

Por mí y por la arpía. Ayer Vania estuvo cargada de demasiadas indirectas. Es una zorra, sin duda. Resulta que ahora vivo de ella.

-Vivo de mi trabajo-le dije mirándola de frente aunque me esquivó la mirada hasta el final.

Vives de tu trabajo, replicó, lo más corriente de lo que fue capaz. Entonces me abrí el saco y le mostré la pistola, cubierta por un cuero fino que sin embargo me hace apestar las camisas. Lo tomó como una amenaza y fue corriendo a encerrarse en el baño, desde donde no paró de gritarme que me largara, que soy un asesino, y todas las frases que debe de haber sacado de las películas que ve día y noche, y que tuvo que ver para planificar todo... Obviamente, me puse nervioso, la casa sigue plagada de oídos alertas y ansiosos por la mínima debacle que les deje algunos despojos, saben que hay de más y lo habrá mientras estemos a cargo de todo.

-Vania... Cierra la maldita boca-le dije-. Cierra la maldita boca. De dónde sacas que te quiero matar, idiota, estuvimos juntos en esto, ¿no?

-Sí... Pero tú... tú me has apuntado con el arma...

El arma, en todo caso, apuntaba mi pie.

-De qué hablas... Estás nerviosa... Lo he notado en los últimos días -mentí-. Oye, voy a guardar el arma en el velador, me entiendes...

-¿Cómo voy a saberlo, si estoy aquí dentro?

-Hay un agujero en la puerta.

Silencio.

-...Puedes mirar... Además, piénsalo, piénsalo bien... Cómo voy a matarte con esta pistola... Si quisiera hacerlo, esta es la peor de las maneras...

-Entonces para qué me la mostraste, maldito asesino!

-Cállate, cállate! Es mi herramienta de trabajo, no lo olvides... Tú dijiste que yo no trabajaba...

Silencio otra vez. Luego, una risilla cortó el aire.

-Desde aquí te ves asustado. Eres un mastodonte por gusto.

Me quedé callado.

-¿Cuándo has hecho este agujero, pervertido?

Esa era Vania. Por ella volvería a matar cien veces a mi padre y al de cualquiera.

-Yo no lo hice. Solo lo descubrí.

-¿Cuántas veces lo usaste?

... los interrogatorios de Vania...

-Agunas veces.

-Cuántas.

-No sé, qué preguntas...

-¿Alguna vez me viste cuando estaba con él?

Silencio culposo. Me cuesta disimular mi verguenza frente a las mujeres y ella estaba mirando directamente a mi rostro, puedo jurarlo. Parecía un castigado. En cierto sentido lo era.

-Sí.

Idiota por completo, a sus ojos y a los míos.

-¿Qué nos viste hacer?

Lo pensé.

-Él te... Él te bañaba.

Una carcajada artificialmente prolongada.

-¿Te excitaste?

-Claro que me excité... Eras una diosa allá dentro, aunque el viejo desnudo malograba mucho la escena-tratando de recobrar el control a sabiendas de lo imposible que era. Me considero valiente al menos por intentarlo.

-¿Te masturbaste?

Jaque...

-No, digo... Sí, un poco.

-¿Te corriste?

Mate. Le dije la verdad. Me hizo confesar muchas cosas más, cada una más penosa que la otra. Luego salió del baño dispuesta a reclamar lo que había forjado con tanta sabiduría desde el baño.

Lo hicimos, sí, como animales. Cuando el erotismo le da paso a la pornografía el cuerpo ya sin conciencia llega a sus límites y además.
En eso estuvimos, jugando a romperlos todos toda la bendita noche

sábado, 23 de junio de 2007

El lugar de la pijama (parte 2)

-En qué piensas -somnolienta, pero concentrada, completamente ella.

Es una triste (y tan antigua como el espanto causado por el reflejo) pretensión de los seres humanos la de adentrarse en la mente de sus congéneres. Es doblemente triste cuando la frontera la constituye, además de la obvia constatación de la otredad, el género o la inteligencia o las dos cosas.


-En nada.


Vania hizo un mohín y volvió a taparse hasta el cuello. Ahora era un bulto inofensivo. En una horas, como una bestia mítica milenaria, habría de emerger de aquel pocotón de frazadas. El invierno era poco menos que ominoso. Nunca había hecho el amor por la tarde.


-¿Habías hecho el amor por la tarde?


Vania pareció hincada por los colmillos de una fiera. Sacó medio cuerpo desnudo, demasiado dispuesta a conversar.


-Qué pregunta. Sí. Lo he hecho a toda hora. ¿Te olvidas que he estado casada?


-No. Tampoco que tu marido tenía setenta y siete cuando se casaron ni que en lo sucesivo estaré durmiendo en su lado de la cama.


Vania estuvo complacida con la respuesta. Así me lo hizo saber con las cejas, que sabía arquear de un modo infantil y perturbador. Quería, además, que vuelva a la cama. Huí mientras pude (ahora que me queda poco más que su nombre conmigo, me resulta graciosa mi calidad de víctima frente a esa criatura instintiva y maléfica). La ventana, a esa hora, todavía era un refugio.


-Ven...


Me desvestí dándole la espalda para que me dejara tranquilo.


-¿Tu marido siempre vivió acá?


Desde que mencionó lo del matrimonio, supe que la cara del viejo para el que había trabajado casi diez años ya no me abandonaría al menos hasta que cayera en sueños, y quizá ni entonces. Vania presumiblemente sintió lo mismo y me lo consintió. Una pesadilla con el viejo está mucho más allá de cualquier maldición que merece un asesino.


-Mi marido nació, se crió y..., bueno, murió acá.

viernes, 22 de junio de 2007

El lugar de la pijama (parte 1)

Nadie está libre de pronunciar la oración "a mi madre le gustaba cantar". Tampoco de tener que escucharla, en una tarde muerta antes de empezar, con hastío impostado, mientras la imaginación rema cuesta arriba contra un chorro de lugares comunes que solo anuncian que todo puede salir peor y peor y peor. Ante la inminencia de aquella posibilidad (su madre, a diferencia de todas las madres, sí era cantante; el realismo, era altamente probable, multiplicaría el patetismo), intenté el recurso ineludible del baño.
No me cautivan la casas antiguas. De esta, por ejemplo, solo retengo el pasadizo cuya longitud y cuyas paredes atoradas de fotografías le habrían costado la vida a cualquier claustrofóbico. No es minimalismo, entonces, sino pura indiferencia, que esta casa sea un punto indeterminado de mi geografía personal más aquel pasadizo -más el baño, luz al final de un camino pornográficamente anticuado a partir de los últimos autoretratos.

Tampoco creo que los espacios reflejen la personalidad de sus habitantes (nada lo hace, ni siquiera los mismos habitantes). Creo, en todo caso, que la tesis inversa es más cierta. De manera lenta, pero muy fatal, la gente va acomdando las cosas en los lugares que la casa tenía predeterminados: chatarra en los rincones de las azoteas, aquella lampara flaquita en la esquina más estrecha, y ni qué decir de lo que se nos cae de las manos y florece, con una casualidad tierna, por doquier, por donde conviene que sea.

Si este baño lo hubiese hecho, si hubiese sido la correspondencia arquitectónica de la confusa personalidad (tan confusa como predecible) de Vania, el sanitario tendría que haber estado pegado al techo y el lavabo, un cascarón negro de manijas platinadas, larzar llamas al mínimo contacto con la llave.

Era un cuarto sencillo, una mala broma después del recorrido infernal para llegar a él.

Mientras separaba las piernas y apuntaba a la taza desde la altura considerable de mis piernas, pensando en que la escena era repetida y lo sería aún más cuando la escribiera, y sentía el advenimiento de un jet lag que no se había gestado en esta tarde sino en una tan distante que ahora pensarla solo me garantizaría el dolor de sus esquirlas, juzgué sensato evocar su rostro descarado, sus costumbres de gitana, y en lo que inevitablemente me convertía por ese primer paso que había dado al empezar a convivir con sus delirios nada menos que en su propia casa, el más-allá de sus falsas fantasmagorias. Mi miembro, cada vez más libre de responsabilidades, empezó a resentir sus rasgos perfectos. Lo tuve un momento entre mis manos, antes de guardarlo.

-Sin duda la quieres-le dije monologando, y lo guardé aún activo.

Réquiem por Mr. R


Como en el fin de una mirada en cada estúpido parpadeo, el mundo resiente la partida de una criatura significativa: Mr. R ha dejado de existir. No caeré en la tentación: está muerto, aunque para mí nunca estuvo vivo más allá del contraste minúsculo y arácnido entre el blanco y el negro. Mr. ha dejado de existir. Pudo ser un camión, un cohete o fuego. Fue su cuerpo, naturalmente. Murió en ese sentido lamentable que está ahí fuera y tan dentro de la filosofía hoy. Pudo ser ayer (de hecho, fue hace ya varios días): ha dejado de existir. Salió de combate, porque quizá es ahí donde, sin conocerlo, lo extrañaré siempre: en aquella situación ficticia en la que su cuerpo resistía la historia a la que se opuso para reescribirla. Su cuerpo, entonces, no era un accidente más: era la naturaleza que reinaba como un punto en medio de todo lo que no es un punto. M con la trascendencia. Se murió su cuerpo. Se murió: ha dejado de existir. Su retórica resistirá tanto como pueda. Ha dejado de existir.


Veamos. Con dos formas predilectas de pensar, quiso que fueran solo una: la transparencia de la palabra por la palabra misma (ella siempre escapa, está a mi lado y también debajo de mis dedos, en este réquiem). La aparición de la verdad como su negación radical y, por tanto, como su sustento original. Mr. R veía, antes que cosas, lugares, y, lo que es mejor, siempre sabía estar en ellos. Un lugar como una maceta. Un lugar como una nube. No importaba. En un lugar, al fin y al cabo, solo se está.


El lugar era otro desde que él sembraba su desconfianza, por supuesto. Donde antes había (nuevamente por puro ejemplo y puro disparate) barro, lombrices y una pequeña planta solar, Mr. R. se sentaba complacido a conversar, sin la menor intención de fundar nada que no fuese su propia charla. ¡Cuántas veces estuvimos juntos viendo crecer palabras donde antes cabía menos que una venia al pasado. Ni las lombrices (y ahora estoy siendo menos arbitrario) eran necesarias cuando Mr. R. quería ver y pensar, caminar sin miedo hacia lo que estaba más allá. Cuánto, si no, fundó en eriales que ya habíamos dado por terrenos fértiles para edificios de oficinas postales.


Mr. R., sé que estás muerto y no me escuchas (sé, sin pesar, que vivo la historia sería la misma). Mr. R., sé que hay homenajes innecesarios. Este lo es. Paso estas palabras con la misma delicadeza con la que todavía miro las tuyas, sabiendo la sideral consideración que coloco antes de pensarte.


Junto palabras como hubieras justificado, las revuelvo en tu nombre. La generosidad de tu propuesta, si bien no me lo agradece, me da un lugar enorme (entre lombrices) para descansar sobre ellas.

jueves, 21 de junio de 2007

Tres actos sin palabras

I
Siempre que te busque

anidaré de más en las esquinas de mi habitación
muerto
colgaré sin vergüenza entre esa urdimbre que son tus extravíos
mostrando descaro de insecto y voluntad de cuadro
y ahí muerto
muerto demasiado
mientras te vistes de nuevo y finges no verme y él finge también
podré tomarte la palabra
con sus sobras
enterrar todo lo que en principio no signifiqué
todo lo que disipé pensando en que este lugar
(-sobre el final-)
siempre estuvo perdido.


II

Mismidad

La pregunta que aqueja los sentidos es
algo más que una sospecha
es la deuda de un postor con el azar y la lógica
de números escasas veces bienvenidos.

La pregunta que aqueja los sentidos es
algo más que nuestro espinazo
es uno hecho palabra
cuando la palabra calla.


III

Ella

vuelve derrotada
con el sigilo de un vuelo
vuelve
me mira
no soy

miércoles, 20 de junio de 2007

Distancias


Ese día, mientras dormías, me di la licencia de medir tu sonrisa: son exactamente siete centímetros. Siete. La mitad del infinito.

Lo supe desde entonces, pero solo ahora que la recuerdo suspendida fuera de tu rostro entiendo por qué nunca aparece completa en una fotografía y por qué llevo la mitad de mi vida perdido en ella.

Otro lado


He reemplazado la pregunta

¿por qué no aparezco en las fotos que dejaste en mi habitación?

por su revés

¿por qué ahora me veo sosteniéndolo todo, frente a ti y las demás cosas de más, por qué me veo verte y verme viéndote mientras pienso que no apareceré en las fotos que dejarás en mi habitación, mientras sigo fuera?

martes, 19 de junio de 2007

Juntar palabras


De una manera u otra están aquí. Unas, otras.

Algo faltaba antes, cuando las cosas estaban en su sitio. Podía ver que todo pasaba muy despacio por fuera, que nadie acudía realmente y que las soledades no pueden recibir exponentes. De regreso, estrechar sonidos permanentes no podía menos que postergarse: quedaba fuera siempre una mentira:
...eran las palabras o las mentiras, nunca ambas. Y era verdad que eran mentiras...

Sentir su inevitabilidad, desde luego, no era resultado y mucho menos indicio de nada que no fuera la mínima presencia, siempre tan discutible como innecesariamente trascendente, del paso del tiempo, de mi vitalidad en cualquiera de sus regresos (aún me debo, y ahora que lo considero en frío quizá más que de costumbre, una arqueología de esos deshechos). Con la objetividad que no me caracteriza, sostengo alguna de las miserias de la madurez para justificar el miedo sin más. Podría también transformar lo menos posible (con tal de dejar fuera del cuadro aquel perfil de frente) las condiciones de posibilidad de las caídas y tentar simulacros en los que ambos nos encontramos sin querer y nunca nos vamos. Podría.

Lo escribo, entonces; nuevamente junto las palabras -y podría. Sin querer-.
Y nunca nos vamos. Las palabras o las mentiras. Unas, otras.

lunes, 18 de junio de 2007

Evolución de las necesidades



En primer lugar, fue el cuerpo (constátese esta afirmación en dibujos rupestres o en documentales de animales en extinción). Entonces, aquí, primero, fueron los estados: estar al lado de alguien, encima o debajo; luego, nuevamente aquí, los procesos: niños originales, adultos hechos de glándulas, ancianos arrugados por dentro.

En segundo lugar, fue el alma (constátese esta afirmación observando con ingenuidad controlada y cierta circunspección los primeros versículos de su libro de cabecera favorito sea cual fuere la religión que profese, e incluya sin temor ateísmos recalcitrantes o gnosticismos superados). Aquí ya no hay primeros o segundos, sino simplemente negaciones de orden, paraísos artificiales: niños envejecidos, adultos adultos, ancianos demasiado sabios para ser ciertos: el espiral en el que hemos caído también demasiado. Si todavía se pretende una cartografía de esta etapa del desarrollo de nuestro soma, puede intentarse traducir un catecismo al lenguaje más pornográfico del que se sea capaz. Lo más probable es que la tarea sea intolerable desde el primer párrafo; Dios quiera que así sea.

En tercer lugar, nosotros (constátese esta afirmación con un encarte publicitario). Problema: la imposibilidad del aquí.

lunes, 11 de junio de 2007

La vista fuera

i
vistazo echado

en la penumbra del final de tu imagen
en los márgenes de una palabra trastocada
sin mí debajo
de tanto espesor fatigado
espero las señales lejos de algún tiempo
el camino vuelto a sí mismo
marcando tu contemplación.

ii
Promesas

La negación de la voz
supone aliento
un cuerpo de pie resignando segundos en su vientre
malversando las posibilidades que cada tanto le otorga
en plural
un coro de ojos y necesidades, un paso
lejos de toda orilla.

iii
tras los lugares anteriores

aún permanece mi esfuerzo
lóbrego suceso tentando miembros a una justa perpetua.

Aún eres cada estadía perdida en su equilibrio…

los ecos son el otro lado. La busca…

Y si el lamento aparece alto,
si estoy de regreso, menos aquí, es para pulir las mentiras alargadas
como los jirones de mi sombra
por la eternidad y
otra eternidad además, menos consecuente
que descolla ausentes los horizontes
uno frente al otro
y para cada uno.

iv
mañana y ayer

advertiremos juntos el final
y nos sentaremos a verlo empezar
cuidadoso, esquivando las certezas que buscan un nuevo comienzo.